La lumbre del mechero se
reflejaba en la barandilla del pesquero como un pequeño faro.
Había encendido el último
cigarro después de la guardia, antes de irse a dormir con ese
artilugio que perteneció a su abuelo, un encendedor de mecha
resguardado de la humedad dentro de un condón, lo que provocaba no
pocas bromas entre los compañeros, sin embargo a él, se la traía
al pairo. Bien pensado, no era práctico, pero después de tantos
años siguiendo las estrellas para guiarse cuando la tecnología
fallaba, qué absurda lógica podía decidir si era más fiable su
mecha que seguir la estela de una luz en el espacio, muerta ya hacía
miles de años para llevarle a casa. Se rió para sí mismo, apoyado,
confiado en los hierros que le separaban de las profundidades del
mar.
Había sido una buena
marea, oía el motor de la grúa que soltaba la última red antes de
poner rumbo a tierra. La noche era oscura, el mar estaba en calma
pues el viento no levantaba olas de más de medio metro. El cielo
limpio reflejaba las constelaciones como pequeñas lentejuelas en un
traje de luces. A lo lejos, a unas quince millas, se distinguía la
costa, una sábana fantasmal muy lejos aún de esa paz cuyo olor a
salitre, pesca y combustible él reconocía lo mismo que el olor del
cuello de su hija o los besos de su mujer.
-Me voy al catre, Patrón-
La voz le sacó de su ensimismamiento al tiempo que le hacía
volverse. Era José, “el peque”, un chavalín de veintidós años.
Ésta era su primera marea y si de él dependiera la última. Había
sido un mal año para su casa, tras la muerte de su padre, su madre
mariscadora de costa no podía con todo, así que le pidió ayuda
para la casa con la mirada preñada de pena y desesperación. Le
conocía desdes niño y tal vez por eso, le mataba a trabajar,
intentando que el veneno de esa vida no se le metiera en las venas,
haciendo que todo el romanticismo que pudiera soñar se evaporara con
el dolor de sus huesos. Tenia buena mano para la mecánica, quizá
eso le garantizara un futuro en tierra. Le sonrió de medio lado:- Ya
has bregado bastante chaval-.
El otro desapareció rumbo
a las literas, a donde él no tardaría en seguirle. Pepín le había
remplazado en el puesto hacía un rato. Su cuerpo también estaba
cansado, después de veinte años en eso a veces costaba seguir.
Lanzó la colilla por la borda, dirigiéndose a su propia cama,
asegurándose con el oído de que todo iba bien.
Volvió a preguntarse qué
tenia aquella inmensa mancha de agua para ejercer la atracción
necesaria en hombres como él, para aún jurando que no volverían,
regresar a sus brazos como a los de una mujer hermosa y complaciente
en sus favores y pérfida en su bravura.
De pronto, en medio del
tramo de escaleras, lo que en ese momento era su mundo se puso del
revés, literalmente. Todo giraba a su alrededor y el agua fría y
brava la arrastraba como una serpiente gruesa y grotesca, mientras él
a duras penas lograba ubicar en su cerebro aturdido, donde se
encontraba la superficie en aquella oscuridad húmeda y vibrante que
le empujaba hacía el fondo, donde se encontraba manoteando como un
loco intentando deshacerse de las botas de agua y el pantalón
fosforito que le convertían en una bolla pesada y a la deriva.
Su alrededor crujía,
chirriaba y a lo lejos en sordina creía oír las voces de Pepín y a
los compañeros de cubierta, pero todo era confuso. El agua le cubría
obligándole a bucear luchando con objetos que no veía, al mismo
tiempo que tomaba conciencia de la llegada de una estabilidad
engañosa.
Y el relámpago de la
lucidez le iluminó. El barco estaba quilla al sol, aún no sabía
por que, pero si sabia que si quería salir de allí tendría que ser
por debajo de la estructura. La calma llegó bruscamente,
encontrándolo dentro de una bolsa de aire en la que cabía solamente
su cabeza.
A oscuras y desorientado,
boqueando a fondo intentando robar hasta la última molécula de
aire, el agua le cubría rápidamente, respiró todo lo que pudo y se
hundió. Había objetos chocando contra su cuerpo, los apartaba
intentando palpar las paredes que sabía estaban allí, hasta que por
fin encontró lo que buscaba. Con sus últimas fuerzas abrió el ojo
de buey impulsándose a través de él con fieras patadas. Lo primero
que vio en la oscuridad de la noche fueron los bajos del barco como
una ballena moribunda y se apartó de ella por miedo a que le
succionara en su inminente desaparición. El cuerpo le templaba
incontroladamente, pero aún así no dejaba de contar los barriles
que flotaban a su alrededor, agarrándolos con ansia. No sabía
cuánto tiempo llevaba allí, el barco ya no estaba. Seguía agarrado
a los barriles llamando a quien pudiera oírle, encontrándose como
respuesta sólo silencio.
No lograba asimilar que
ninguno de sus tripulantes no contestara, pero no cesaba en su empeño
de pronunciar sus nombres entre embates de olas que le obligaban a
tragar, toser y tartamudear notablemente desde hacía un largo rato,
sospechaba que debido al frío. El agua negra que inundaba su boca
obstaculizaba su visión además de hacerle notar que iba en contra
de lo que él buscaba: la costa.
Aún ignorante del tiempo
que llevaba a la deriva, por su cabeza no pasó ni por un momento la
película de su vida, no sabía si lo esperaba si quiera; lo que sí
supo, no por él, sino por costumbre, por años de mirar las
estrellas, trazar rumbos y guiarse por instintos es que su mente le
secuestró obligándole a sobrevivir.
Hacía lo que podía,
quería recordar lo que había sucedido. ¿Se habría enredado las
redes en el fondo?. La rapidez del accidente le confirmaba lo
imposible de haber podido pedir socorro o lanzar balizas, su única
posibilidad residía en otro barco con el que hablaba cada pocas
horas.
Eso era todo. Y para
entonces él estaría en remojo otras tantas , con la sombra de la
hipotermia como compañera. Tenía que moverse, o eso creía, aunque
también sopesaba no muy cuerdamente el quedarse en posición fetal
para guardar el calor. En ese momento no quería pensar en nada, en
lo que dejaba en tierra o en lo que pudiera encontrar en ella y
ridículamente pensó en el médico que le había puesto a dieta por
el colesterol, y gracias a los kilos perdidos había salido por aquel
mísero agujero. Se rió histéricamente, llorando por la sal en los
ojos se dijo, al tiempo que notaba como los dedos se le agarrotaban
impidiéndole saber si aún mantenía sujeta la cuerda del barril.
Miró al cielo, la luna
había descrito un largo recorrido en el horizonte, se notaba
abotargado y le faltaban fuerzas en las extremidades. La escasa ropa
que llevaba puesta tiraba de él hacia abajo como un demonio
reclamándole hasta el fondo. En un último esfuerzo, enroscó las
cuerdas a su brazo casi cortándose la circulación, pero sin
notarlo. Al fin y al cabo si moría ahogado o de frío su cuerpo
quedaría flotando y entierra tendrían algo que enterrar; no quería
tener por lápida sólo el recuerdo si podía evitarlo. Y el hecho es
que no lo sabia.
Quiso cerrar su confusa
mente a todo recuerdo, dolor o añoranza que no fuera ese instante,
el chapoteo o el agua bañando su cara, pero como siempre alguna
parte traidora le llenaba de olores, sabores y gozos que estimaba
nunca volvería a oler, saborear o gozar. Respiraba a trompicones,
con la única certeza de que le encontrarían muerto a la deriva,
acompañando las almas que nunca olvidaría, el recuerdo lleno de
alboroto, humo, bromas y mar, este mar.
Tenía sueño, luchaba
contra él. “No te duermas” resonaba en algún lugar de su
cabeza, pero era inútil. Flotaba con dulzura abandonada, el agua
salpicaba a su alrededor como si hirviera y a lo lejos veía una luz.
Se dejó hacer, no tenía fuerzas. Pensó !esto se acabo”, volvería
con sus compañeros, estarían juntos de nuevo, él era su patrón,
esa amalgama inconexa de pensamientos se hacía espesa en su cabeza.
De pronto se nota flotar ¿es esto morir? Se pregunta. Pero una voz
le grita:! Estas a salvo!
Calor, mucho calor,
entreabre los ojos, se ve a sí mismo envuelto en plata, escucha lo
que parece un rotor y siente muchas manos. !estas a salvo!- insiste
la voz-!estas a salvo!
Lo oye en eco, lejos, muy
lejos, al tiempo que una lágrima recorre su cara secada por alguien
al instante, y él no puede dejar de sentir que !Sí! Su cuerpo ha
sobrevivido, pero en cambio algo en su alma ha muerto para no
resucitar, dormida en la eternidad, junto a ellos.
AUTORA DEL RELATO:
LORENA NIETO RODRÍGUEZ
1 comentario:
Gracia por acercarnos este relato, profundizaremos.
Un salduo.
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