sábado, 21 de noviembre de 2009

Medio siglo sin tumbas




Esperanza Rivera está pasando unos días en un balneario cerca de Portugal. Tiene 79 años, tres hijos y el recuerdo de un marido, Juan Traba Trillo, al que no ha vuelto a ver desde hace 50 años. Soledad Fernández vive en Fisterra, es esposa, hija, nieta, hermana y madre de marineros. No sabe nada de su padre, Juan Fernández Marcote, desde que tenía 5 años. Leoncio Domínguez, de 64 años, está jubilado. Junto a sus padres ayudó a criar a sus cuatro sobrinos. Eran los hijos de Agustín Rivas Domínguez, que fue apartado por el mar de su familia cuando su mujer, Dolores, estaba embarazada de Juan, que regenta un negocio de hostelería en Fisterra.
La vida cambió radicalmente para once familias de Fisterra una fría mañana de lunes. El Bonito , un palangrero de 8 toneladas construido 1945, no volvió a puerto. Se le esperaba sobre las tres de la tarde. De eso hace casi 50 años y la información sobre la tragedia sigue siendo la misma. Nadie ha podido arrojar luz sobre qué le ocurrió al barco.
Ese día hacía mal tiempo y muchos decidieron quedarse en casa. No lo hizo el Bonito , patroneado por Ramón Trillo Lizancos. En Fisterra creen que probablemente se hundió en un bajo llamado Gurgullo, al oeste del Cabo da Nave, donde el día anterior había conseguido buenas capturas. Sin embargo, nunca se encontró nada que probara esas conjeturas.
Funeral
En el cementerio de Fisterra faltan once tumbas. No hubo entierros, pero sí un funeral oficiado por el cardenal Fernando Quiroga Palacios, en el que estuvo el Gobernador Civil de la provincia, Evaristo Martín Freire.
Eso no consoló a las viudas, las madres y los más de 30 huérfanos, muchos de los cuales fueron enviados a los colegios de Sada, ellas, y San Lúcar de Barrameda (Cádiz), ellos. Otros, como Daniel Fernández López, o Juan Rivas Domínguez, nacieron después de la tragedia.
El recuerdo de los náufragos del Bonito está en la mente de los familiares y en la memoria colectiva del pueblo de Fisterra, pero nada hay que rememore físicamente a los 11 hombres atrapados por el mar. Han tenido que pasar 50 años para que las víctimas obtengan algún tipo de reconocimiento. Ni en el cementerio tuvieron un espacio.
Esperanza Rivera explica que las viudas estuvieron muchos años utilizando el cruceiro que había en el centro del camposanto para llorar a sus difuntos en el aniversario del naufragio. Llevaban flores y fotografías, pero un día el párroco, Luciano Moreira, decidió eliminar el sencillo monumento para construir más nichos e hizo desaparecer la única referencia tangible de los once marineros.
El Concello y la cofradía de Fisterra quieren rendir un homenaje a los desaparecidos y ya han anunciado que una placa llevará los nombres de Ramón Trillo Lizancos, Juan Fernández Marcote, Fidel López Traba, Manuel Rivera Calo, Juan Lago Domínguez, Ramón Lago Domínguez, Francisco Santamaría Canosa, Juan López Domínguez, Juan Traba Trillo, Agustín Rivas Domínguez y Manuel López López.
Pero quizá en quien haya que pensar realmente es en Esperanza Rivera, Dolores Domínguez, Manuela Castreje y todas las demás viudas que, con enorme esfuerzo, fueron capaces de sacar adelante a sus hijos o en esos hombres y mujeres que no llegaron a conocer a sus padres o de los que guardan un muy vago recuerdo.
La vida fue muy dura para las mujeres de los desaparecidos. La mayor parte tuvieron que emigrar y las que no pudieron hacerlo también se deslomaron para sacar adelante a su prole con los 3 euros mensuales que les quedaron de pensión de viudedad y por los 60 céntimos que le correspondió a cada uno de los huérfanos.
Esperanza se fue a Alemania. Trabajó en Telefunken y en Volkswagen y después de un breve paso por España fue a Suiza, donde estuvo 9 años de camarera de habitación. Además se ocupó de su suegra durante 42 años, hasta su muerte, porque su marido era hijo único. Cuando quedó viuda a los 29, María José tenía 7, Juan Carlos, 4, y Julieta, 6 meses. Durante mucho tiempo los vio solo dos veces al año, pero está orgullosa de que los tres tengan trabajo. La mayor es asistente social, el mediano es profesor y la pequeña se licenció en matemáticas y química. A pesar de ello reconoce que durante mucho tiempo «estaba siempre triste».
En el naufragio ella también perdió a su hermano Manuel Rivera, el marido de Manuela Castreje. Lo último que le pidió a su madre, que vivía en la puerta de al lado, fue un poco de caldo para la cena. Ese es el último recuerdo que de él tiene Ernesto Rivera, que entonces era un niño de 6 años.
Manuela Castreje también estaba embarazada cuando ocurrió la tragedia.
Para estas mujeres quizá lo peor, al margen de tener que separarse de sus hijos para ganarse la vida, es «no tener derecho a muerte, ni cadáveres ni nada», dice Esperanza. Al cabo de los años lo que queda es la falta de un lugar «en el que llorarles». Ahora quizá lo tendrán, pero la herida seguirá abierta porque son demasiados aniversarios sin poder consolarse con flores.
Dolores Domínguez estuvo sirviendo en Francia. Su hijo mayor vive en Fisterra y no está bien de salud. El pequeño no llegó a ver más que una fotografía de su padre y las chicas una está en A Coruña y la otra se casó con un ginecólogo de madre viguesa y padre puertorriqueño y viven en esa isla. Allí, al sol del Caribe, pasará las Navidades Dolores.
Josefa López, esposa del motorista Juan Fernández Marcote, falleció en el 2000. Tuvo a su quinto y último hijo en septiembre de 1960, ocho meses después del accidente. En su casa entraban solo 6 euros al mes, por lo que tuvo que apoyarse en su madre y salir a vender pescado mientras algunos de sus niños estaban internos.


sábado, 14 de noviembre de 2009

Arículo de Manolo Rivas en "El Pais" 1983

Corme, Cantera atlántica de náufragos


Corme, pueblo coruñés con poco más de: 2.000 vecinos y docenas de jubilados que miran al mar, enclavado en el comienzo de la llamada costa de la Muerte, ha sido mudo testigo de innumerables naufragios en esas embravecidas aguas, que se han cobrado las vidas de no pocos vecinos de] lugar. Si la muerte llega a Corme por el mar, la vida también. De hecho sólo tiene mar. Ni siquiera una lonja propia ni otra flota pesquera que los pequeños botes, bordeando entre surada y nortada, entre todos los vientos. Pero para marineros, Corme. Criados al filo de la tormenta, ciudadanos de todos los mares, no hay pesquero o mercante que se precie que no tenga en máquinas o cubierta a un hijo de Corme. Muchos no tuvieron tiempo de aprender nada. A los ocho o nueve años comenzaban su peregrinaje en pataches de vela y en pequeños cargueros de cabotaje, siempre soñando con Pasajes o Trintxerpe, "donde no había miseria", y desde allí, hacia todos los puertos del mundo.

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Los años 1982, cuando una surada (viento del Sur) convirtió al mar en un infierno, y 1959, cuando el Benigno Correa y el Manuel se hundieron con su tripulación, son fatídicos en la historia de Corme. Las campanas no cesaron de tocar en días y el pueblo se vistió de luto. Pero el mar ha cobrado su impuesto de dolor casi todos los años, a la puerta de casa o en rutas más lejanas. No hace mucho que un marinero natural de Corme moría en la ría de Bilbao después de un golpe fortuito.Corme es sólo un símbolo del valor y sacrificio de las gentes del mar. En Galicia, y concretamente a le largo de la llamada Costa da Morte, hay otros muchos pueblos que podrían escribir una saga semejante: Lace, Camelle, Arou, Camariñas, Muxía...

La lista de naufragios, de pesqueros propios o de navíos extranjeros que tienen que acercarse a la costa para girar, camino de Europa o África, se hace tan interminable como contar los barcos en los que sirvió como tripulante un tío Andrés o un tío Severino. Cuando la mareas son muy vivas, no es difícil avistar restos fantasmales despuntando en los bajos.

La tragedia del naufragio está, no obstante, a veces salpicada de simpáticas anécdotas, porque la gente de este paisaje, hermoso y temible, va más allá de la supervivencia con reservas de voluntad y optimismo. Cuentan que cuando se hundió el vapor francés Nil, el 10 de octubre de 1927, el cual, entre otros enseres, llevaba un buen cargamento de licores, algunos marineros de Camelle hirvieron el café en champán francés.

Ésta y otras muchas historias fueron recogidas en un libro por un grupo de estudiantes de EGB de la zona, dirigidos por el maestro Baña Heim. Recorrieron palmo a palmo la Costa da Morte y escribieron con su propio estilo el que es, hasta ahora, único compendio de una gesta cotidiana.

Y usted, ¿cuándo comenzó a navegar? El tío Andrés, 74 años, un carácter envidiable a pesar de las molestias de una creciente sordera y de la mala pata que le dejó un golpe de mar, nos mira fijamente por un instante. Parece remontarse interiormente a una memoria de chiquillos descalzos, pelando patatas en el vaivén, acarreando leña o carbón para alimentar la caldera de vapor, luchando contra el sueño en un amanecer de salitre. Busca palabras para expresar lo evidente: "Eu nacín no mar". Nacieron en el mar. Y ésa fue su escuela.


La Costa de La muerte


El cabo Roncudo, a unos metros de Corme, es el primer mojón de la Costa da Morte (Costa de la Muerte). Desde aquí hasta Finisterre retumba el mar más bravo de la costa gallega una sinfonía impresionante, y a veces sobrecogedora, de furnas y peñascos bañados por la espuma. En el Roncudo, como en la canción, están clavadas tres cruces. Tres cruces de piedra en recuerdo del tío Poliño, de uno de sus hijos, y otra, la más reciente, de José de Carabel, muerto en presencia de su mujer, Rosa Sinto, cuando arrancaba percebes en el acantilado. Hay más cruces en esta costa heroica, donde se curtieron y curten navegantes de casta. Y podía haber muchas más, porque los fondos de este mar indómito son un gigantesco cementerio marino.

En el Roncudo se daban los percebes más apreciados de Galicia, rojos y carnosos, porque el buen percebe quiere mar fuerte y se cría golpe a golpe. El tío Severino no recuerda cuándo fue la última vez que probó ese manjar, de fama relativamente reciente, pero en otro tiempo era casi pan diario. "Llegaba uno a aburrirse y a cansarse de percebes". Descubierto por los gastrónomos, plato de lujo en los restaurantes, el percebe de Roncudo fue esquilmado hasta la raíz como un metal precioso. El tío Severino navegó durante 45 años, y ahora, en la jubilación, cobra el salario mínimo. Por eso, a sus 73 años, como muchos otros, tiene que salir en su pequeño bote, Rosalía, a buscar fanecas o calamares por la ría.

Sus tres hijos varones andan en el mar, dos en el Gran Sol, y otro como jefe de máquinas, en un mercante que recorre el océano. En una lista interminable de barcos, Severino Vidal fue tripulante de tres que luego se hundieron en sendos naufragios. En el Colón, a la entrada del Urumea donostiarra, perdió a su hermano.

Ángel Filgueira no sabe nadar. "No tuve tiempo para aprender" A los nueve años iba de tripulante en el Barquero, y volvió al cabo de tres meses, casi sin pisar tierra, en una primera ruta a Almería. "Los cativos no podíamos salir del barco, a no ser de escapada". Le dieron cinco pesetas para pan y azúcar, y pudo ir a la función del cine Versalles "con un pie calzado y el otro no". Tiene 64 años y puede contar sin problemas, como sus compañeros, a barco por año, en una lista de servicios legendaria Guardacoa, Sada, Everilda, Astelena, Kelge, Galante, Edena... Estuvo en la costa africana, en el Gran Sol, en Terranova. Durante la segunda guerra, muy cerca de donde ellos faenaban, un bombardero echó a pique a otro pesquero, el Entrerríos, y tuvieron que salir a toda máquina hasta recalar en la Estaca de Vares.

Por Canadá, Estados Unidos, todo el Mediterráneo, anduvo Jesús Chans Vello. "A los 14 años ya estaba más que cocido en el mar". Ganó en aquellos siete meses primero 10 pesetas. Comenzó de crío en un costero y llegó a capitán de un bacaladero en Terranova, después de recorrer un escalafón que se mide principalmente en serenidad y destreza. Se jubiló a los 57 años en Pasajes (Guipúzcoa), y allí dejó a una hija y un hijo casados, ciudadanos ya del País Vasco.


Pasajes y Corme


Pasajes es un signo de identidad en la biografía de un marinero de Corme. De eso sabe un rato, por ejemplo, Jesús Ferreiro, el director de Onda Pesquera en Donosti, la voz más querida por las gentes del mar. Su padre también llegó un día a Pasajes desde Corme. "Eso viene de muy antiguo", dice, a sus 70 años, José Figuero Lista; "aquí había mucha necesidad, viudas con muchos hijos; si te quedabas enfermo no tenías paga ninguna, y de Pasajes siempre llegaron buenos vientos". Los marineros vascos y gallegos eran, para navieras y capitanes, la tripulación idónea. "A mí me trataron en todo momento de maravilla", recalca Chans Vello, "y aquí había más esclavitud'.


Todos cumplieron el sueño de Pasajes. También José María Canosa y Benigno Mosqueira, que a los ocho años ya navegaban y que se acercaron tardíamente a la tertulia, cuando ya el tío Andrés ha bía contado los pormenores de su vida, una hermosa y estremecedora historia digna de novela. "Para qué le voy a decir cuándo empecé en el mar. Yo nací en el mar. Murió mi padre, yo era el único hombre de la familia, y me embarqué en un velero, el Loren; luego, en el Santiago, Carmen Insua, Ferrolano, los tres también veleros; el Riveira, que tenía vela y máquina; después, el Conchita, Occidente, vuelta al Conchita cuando ya era marinero, porque de rapaz se pasaba a ser marinero. ¿Qué hacíamos de niños? Todo, hacíamos de todo, hasta llevar patadas en el culo. Bien, del Conchita a un costero, el Ribadeo, vuelta al Occidente, al Jesús María y, por fin, Pasajes".

"Allí me cogió el Movimiento, y yo ingresé en el Batallón Celta, formado por gallegos republicanos, muchos de Corme, que también estuvo aquí el amigo Figuero, porque sabrá usted que éste es un pueblo de izquierdas. Al tomar los franquistas Bilbao pasé al frente de Santander, estuve en el hospital, y cuando tomaron Santander, marché en un pesquero para Avilés, y cuando cayó Asturias, marché en un pesquero para Francia. La policía francesa nos condujo hasta los Pirineos, en la frontera de Port Bou; luego fui para Barcelona y, por último, Valencia, donde ingresé en un batallón de pontoneros".

"Cuando acabó la guerra me metieron en la plaza de toros de Valencia, luego me tuvieron en unos campos de concentración hasta que puede volver a Corme, bajo vigilancia. Lo pasamos muy mal, no me daban los papeles para embarcar. Después de una larga espera y mucha penuria conseguí autorización para trabajar en un buque asturiano. Estuve también en La Coruña, en un pesquero. Un día nos mandaron a Gijón para hacer carbón y nos dieron por toda comida un bollo de pan. Después de varios días Ya había quien lloraba con el hambre; nos negamos a seguir en esa situación, y al llegar al puerto de La Coruña nos metieron en la cárcel. Nos cortaron el pelo al cero y estuvimos cuatro días en el calabozo. Un año después nos hicieron consejo de guerra en El Ferrol. Salimos libres. Me fui para la marina mercante. Estuve en el Luisa, el Mouro, Río Urumea, Loyola y Suevia. Ése fue el último. ¿Ahora? Qué voy a hacer ahora. Espero".



En Corme, a los jubilados se les trata con sumo cariño y existe una familiaridad colectiva. Se dice tío y es como largar un cable de respeto y amistad. No hay sentido de lo extraño. No es raro que a Mourelle da Rua, un navegante del siglo XVII, el primer hombre blanco que llegó a las islas Vavo, en el Pacífico, los nativos le despidieran con una fiesta. Corme es una gran diáspora y el mundo es, en cierta medida, una prolongación de Corme. Al que ha llegado y aún no se sabe su nombre se le llama tío home (tío hombre).
Es gente abierta y cordial. Con una población que mengua día a día, muchos jubilados que se hicieron viejos navegando desde niños tienen que salir en su pequeño bote para compensar pensiones cicateras. Como el tío Severino, en su Rosalia. Ni siquiera tienen una Casa del Mar, incomprensiblemente paralizada desde hace varios meses. Juegan al dominó y pasean por el muelle, charlando con los jóvenes que vuelven entre marea y marea y ruta y ruta, como estos días ha vuelto José María Pombo Ferreiro, mecánico naval, 35 años, navegando desde los 12. Y miran al mar frente a frente. Fue su cuna
Fuente: El Pais

viernes, 6 de noviembre de 2009

El Concello de Fisterra y la cofradía de pescadores homenajearan a los desaparecidos del "BONITO"





El Concello de Fisterra y la cofradía de pescadores están contactando con las familias de los once pescadores de la localidad que desaparecieron hace 50 años en el naufragio del Bonito, un barco que se dedicaba a la pesca de la merluza y del que no se encontró ni rastro.
El homenaje será los días 17 y 18 de enero del próximo año, ya que en esas fechas se cumplirá medio siglo del accidente que casi todos los vecinos recuerdan. La asociación Asoar-Armega ya anunció hace unos meses su intención de recordar a los desaparecidos, dos de los cuales eran familiares del presidente de la entidad Ernesto Rivera Calo.
Los actos consistirán en un funeral y el descubrimiento de una placa, porque las viudas, muchas de las cuales aún viven, no tienen ningún lugar en el que llorar a sus maridos. También están vivos la mayor parte de los hijos y de los hermanos de las personas cuyos cuerpos están perdidos desde hace 50 años


jueves, 5 de noviembre de 2009

LLEGADA AL MAR



Cuando salí de ti, a mí mismo
me prometí que volvería.
Y he vuelto. Quiebro con mis piernas
tu serena cristalería.


Es como ahondar en los principios,
como embriagarse con la vida,
como sentir crecer muy hondo
un árbol de hojas amarillas
y enloquecer con el sabor
de sus frutas más encendidas.


Como sentirse con las manos
en flor, palpando la alegría.
Como escuchar el grave acorde
de la resaca y de la brisa.


Cuando salí de ti, a mí mismo
me prometí que volvería.
Era en otoño, y en otoño
llego, otra vez, a tus orillas.


( De entre tus ondas el otoño
nace más bello cada día. )


Y ahora que yo pensaba en ti
constantemente, que creía...


( Las montañas que te rodean
tienen hogueras encendidas.)
Y ahora que yo quería hablarte,
saturarme de tu alegría...


( Eres un pájaro de niebla
que picotea mis mejillas. )


Y ahora que yo quería darte
toda mi sangre, que quería...


(Qué bello, mar, morir en ti
cuando no pueda con mi vida.)
José Hierro