Nueve horas pueden llegar a ser demasiado tiempo para una lancha salvavidas a la deriva a setenta millas de la costa africana. Un teléfono satélite y un GPS se convirtieron en la única garantía para la tripulación del Cepesca II de poder salir con vida de unas aguas que, aunque no son tan vivas como las de Terranova, sí pueden llegar a ser lo suficientemente como para hacer volcar una embarcación de estas dimensiones. El infierno comenzó a las siete de la mañana y duró hasta las cuatro de la tarde. Tiempo más que suficiente para que la tripulación del barco hundido en Costa de Marfil, de la que formaban parte dos gallegos, hubiese sido rescatada.
La armadora gallega S.?I. Global también vivió su particular calvario. Sintieron que la vida de los trabajadores estaba en sus manos, pero con el paso de las horas la impotencia crecía al ver que no podían hacer nada.
Al recibir la llamada del patrón de pesca, José María Portela, la empresa se puso en contacto inmediatamente con las autoridades de Costa de Marfil para solicitarles que organizasen un operativo de salvamento. Pero el país africano decidió que no se hacían cargo.
El nerviosismo iba en aumento entre la plantilla de S.?I. Globlal. Fue entonces cuando el armador vigués Alfonso Caneiro decidió contactar con la embajadora española. Caneiro solo tiene palabras de agradecimiento para la diplomática Cristina Díaz. Asegura que trató de mediar ante las autoridades del país africano sin éxito. Fue Díaz quien decidió llamar al embajador de Francia. Y este se mostró dispuesto a colaborar. Pero el infortunio parecía dispuesto a ser la tónica de la mañana. El servicio de salvamento francés se puso en contacto con una base aérea que tenía en la zona, pero esta respondió que lo único que podían hacer era enviar un helicóptero de reconocimiento. El protocolo de seguridad obligaba a que un buceador se echase al mar para rescatarlos y no disponían de él.
Mientras tanto, Caneiro tenía que tranquilizar a los tripulantes de la balsa que veían que las horas pasaban y nadie acudía a salvarlos. «Veíamos que no teníamos salida- afirma Caneiro-, así que decidimos contratar una lancha rápida que saliese del puerto de Abiyán, en busca de la tripulación». El precio no fue un problema, a pesar de que la empresa de la lancha hizo su particular agosto cobrando casi 5.000 euros por el servicio. Aún así, tardó casi dos horas en iniciar la búsqueda.
José María Portela se mostraba cada vez más impaciente. Sentía que la tripulación era responsabilidad suya y le pedía, desesperado, al armador que por favor los sacase de allí. Además, durante el hundimiento perdieron una de las lanchas salvavidas, necesarias para llevar de remolque. Las condiciones atmosféricas tampoco eran óptimas, las lluvias torrenciales provocaban que la visibilidad resultase muy complicada, además de tener que sufrir una importante corriente con fuerza de tres nudos.
Finalmente, a las once de la mañana, decidieron contactar con Salvamento Marítimo, que envió un teletipo a los barcos de la zona y dio la orden al Matxikorta de acudir al rescate. Alfonso Caneiro mantuvo conversaciones cada veinte minutos con la tripulación, «muy cortas para que no agotasen la batería». También estuvo en contacto con el atunero vasco para indicarle las coordenadas. Cuando el buque avistó la lancha, esta emitió señales visuales para ser identificada. «Deja claro la indefensión que tenemos en estos países», asegura Caneiro.
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