Ha llegado a los 66 años y sigue ahí, al frente del negocio, dirigiendo el último astillero de ribera de la región. Cada mañana, desde hace más de tres décadas, su rostro asoma por el taller, por la oficina o por el carro varadero y, desde allí, imparte instrucciones precisas sobre cómo cortar la madera o cómo encajar las piezas para lograr la perfecta armonía entre las líneas del barco.
Su oficio, el de los calafates, parece haber entrado en vías de extinción, pero Julio Ruiz y sus empleados se resisten a creerlo. Cada mañana y cada tarde, trabajan justamente para demostrar lo contrario.
En el pueblo de Pontejos; en el corazón de la bahía de Santander; a medio camino entre el puente José Solana del Río y la isla de Pedrosa; frente a las imponentes instalaciones de los Astilleros de Santander (Astander) donde, a pesar de la crisis, siguen varando enormes buques de hierro para su reparación... allí, en ese punto exacto, un pequeño taller artesanal reúne a los últimos calafates de la región.
Con la misma técnica utilizada durante siglos para la construcción de naos, galeones, navíos de línea o balleneros, hoy se siguen haciendo en Pontejos pequeños barcos de pesca y yates de recreo, en las gradas de la empresa Astilleros Ruiz.
«El negocio lo puse hace más de treinta años, cuando dejé la Taylor», explica Julio. «Primero teníamos dos pequeñas naves en Las Callejas -popular barrio de Pontejos- y después nos vinimos aquí», al carro varadero situado en el extremo de la travesía de Pontejos, junto a la carretera general que recorre la costa hasta Pedreña, Ajo y Argoños.
El suyo es el único negocio de estas características que queda en la región y uno de los últimos de todo el litoral Cantábrico. Y es que ya no quedan calafates, apenas, pese a que los astilleros de ribera poblaron en tiempos la geografía litoral de Cantabria.
En localidades como Colindres, Santoña, San Vicente de la Barquera o Santander había uno o varios astilleros de ribera. Era un tiempo, no especialmente lejano en el que todos los barcos de pesca se construían en las gradas de los astilleros y, desde estas, eran botados al mar tan pronto como concluía el montaje de su casco.
Después, la introducción de nuevas técnicas y nuevos materiales revolucionó por completo el negocio de la construcción naval. El hierro sustituyó a la madera en los grandes barcos de pesca y el poliéster se adueñó del mercado de las pequeñas embarcaciones, profesionales o de recreo.
Desde entonces, muy pocos barcos se construyen mediante la vieja técnica de ensamblar cuadernas y listones, y los que se construyen, se arman en las gradas de Astilleros Ruiz.
FUENTE: El Diario Montañes.
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