lunes, 5 de enero de 2009

Mi pequeño naufragio




Este es el relato de lo acontecido en mi único naufragio, un incidente sin desgracias personales, el cual a mi sirvió para darme cuenta de que en la mar, en cualquier momento puede surgir un incidente, y lo que es mas importante, asimilé que la serenidad, salva vidas. Hoy yo soy el patrón y espero no volver a pasar por un trance parecido, pero si así fuese, querría ostentar la templanza que demostró aquel que lo era en ese momento.



En la primavera del año 1981 navegaba yo embarcado de contramaestre en un arrastrero con base a Muros nombrado Peña Negra. El barco era como la mayoría de la flota de arrastre de Muros en aquellos años, un viejo cascajo de madera con muchos años de mar en sus espaldas. Faenábamos la altura de Cabo Corrubedo, en una zona llamada Mar De Navallas; El tiempo era de Nordeste flojito con un poco de marejada de viento; O sea un día de tantos en esta costa. Acabábamos de recoger las redes y estábamos navegando un poco para buscar un nuevo lugar donde calarlas, cuando sube el motorista con gesto desencajado y ostensiblemente nervioso. - ¿Qué le pasa señor Ricardo, que mismo parece haber visto un ánima del otro mundo?,- le pregunté yo a ver su estado.
- Tenemos una vía de agua, balbució mientras corría para el puente para avisar el patrón.
Luego todo sucedió con mucha celeridad. Comprobamos que las bombas de achique no daban abasto para evacuar toda la cantidad de agua y que el barco se anegaba rápidamente, el patrón dio la señal de alarma por la telefonía a los otros barcos que se encontraban en las cercanías y mandó arriar una balsa por el costado de sotavento. Es de destacar que todos estábamos muy tranquilos a pesar de la situación porque las condiciones meteorológicas no eran muy malas y además todos teníamos una confianza ciega en las decisiones del patrón.
El motor principal quedó inutilizado a los pocos minutos, pues el nivel del agua le llegó a alguna parte vital, pero el motor auxiliar situado a mayor altura, continuaba achicando con su potente bomba, eso nos daba unos minutos de margen en espera de la llegada de ayuda.
En la lejanía ya se divisaba la silueta del “María Auxiliadora” (ese era el nombre mas adecuado en ese momento, para el barco que nos iba a salvar,) que también era un arrastrero de Muros el cual se apresto a socorrernos.
El patrón al ver que se acercaba la anhelada ayuda, ordenó que toda la tripulación embarcarse en la balsa y nos pidió al motorista y a mí sí queríamos quedar con él abordo mientras el motor auxiliar siguiese achicando. Ni el Señor Ricardo ni yo, dudamos un solo instante, continuaríamos abordo con el patrón hasta que él creyese conveniente.
El María Auxiliadora arribó a nuestro costado en pocos minutos y recogió los náufragos de la balsa. Mientras nosotros tres, le dimos una estacha al Auxiliadora con la esperanza de poder ser remolcados hasta alguna playa antes de que el barco se hundiese. Y así fuimos unos pocos minutos hasta que el motor auxiliar también finó. El señor Ricardo y yo fuimos al compartimiento de maquinas y comprobamos que el nivel del agua había subido mucho en pocos minutos, se lo comunicamos al Patrón y él dio la orden de picar el remolque y de abandonar el buque.
Con un hacha corté el remolque mientras el patrón se comunicaba con el María Auxiliadora pidiéndole que se abarloase a nosotros para recogernos. No fue fácil el abandono, pues la marejada y el viento habían aumentado desde el principio del incidente y la maniobra de acoderar se hacía imposible. Lo único que podía hacer el patrón del Auxiliadora era tratar de arrimar su popa nuestro costado para, aprovechando la anqueada del mar tratar de saltar de un barco a otro. Para el patrón y para mí, que éramos jóvenes no representaba mucha dificultad el salto, pero el Señor Ricardo próximo ya a su jubilación tenía miedo de no lograrlo. El patrón lo cogió por una mano y mirándole a los ojos le dijo – No te voy a soltar, pase lo que pase no te soltaré, - yo lo agarré por la otra mano y así cogidos los tres, esperamos la anqueada propicia para saltar y cogidos de la mano “aterrizamos” en la cubierta del Auxiliadora. No pasaron cinco minutos entre el abandono del Peña Negra y su hundimiento. Se fue colando de popa poco a poco, como a camara lenta, hasta que en su ultimo suspiro puso su proa al sol para a continuación desaparecer tragado por la aguas. Quién mas , quien menos de nosotros tenía la cara desencajada y todos tratábamos de contener las lágrimas, alguno no lo logró y lloraba desconsoladamente. Uno de ellos era nuestro patrón, el cual apoyado en la regala del Auxiliadora, contemplaba las aguas donde solo hacía un rato había desaparecido el Peña Negra. ¡Acababa de hacerse la idea de que había perdido su barco!
El Peña Negra reposa la media milla del Rosa Náutica otro arrastrero de Muros que se hundiera unos años antes al ser embestido por un barco que hacia ruta hacia el Gran Sol.


El patrón pocos meses después compró otro barco.

El señor Ricardo se jubiló y nunca más volvió al mar.

Yo no tardé una semana en volver a embarcarme de nuevo

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