viernes, 15 de febrero de 2013

UN LOCO AL NORTE DEL CABO SIM


 El viento del poniente peina la arena de Essaouira en Mogador. Y zarandea a un hombre destrozado que fue un día un pescador. Tiene negra la piel, la chilaba y el corazón.

Porque un día algo en su vida de negro se lo tiñó. Y el hambre no deja de roer las entrañas. Por algo que comer.

Hombre hambriento y prematuramente viejo con chilaba añeja y raída. Gorro de lana y barbas de chivo, surcos esculpidos en el rostro y mugre como compañera de viaje. La mirada clavada en un lugar perdido. Para engañar el vientre suele meter la mano en los platos de los que comen en las terrazas de las cantinas. Un puñado, una patada en el culo. Una humillación más a cambio de otro bocado que llevarse a la boca. La mendicidad infantil se está convirtiendo en una desesperante competencia para él. Los chiquillos revoletean por todas las calles del centro pidiendo alguna limosna.

No hay nada más humano que luchar por vencer la propia suerte, excepto saberse vulnerable frente al sino. No hay puerto sin hombres ni hay hombres sin destino. No hay hierro son óxido ni estomago sin vacio.

Cuando las desvencijadas barcazas despintadas llegan con el pescado, el arcaico puerto se convierte en un hervidero: el séquito de gaviotas que anuncia con sus risas el trajín de la descarga, la pelea por los precios en la lonja, los curiosos que se acercan para mirar y las familias que esperan para llevarse el pescado y descansar…. Descansar tranquilos un día más porque hoy tampoco fue el último y la mar ha sido buena con la vida de los marineros. En el muelle, encima de algún montón de redes, más de uno, derrotado por el trabajo, duerme bajo el fuerte sol desnucado en una postura imposible. El océano y la madrugada les ponen a dormir por la mañana, como si acumulasen cierto retardo en el tiempo de los demás hombres.

En el agua flotan plumas, plásticos y desperdicios del pescado que las mujeres limpian en la rampa, mezclados con el gasoil derramado por los veteranos barcos de rancios motores.

Los excrementos de gaviota tapizan con su ácido manto las rocas, la muralla, los antiguos cañones y el suelo de la villa. El hedor lo penetra todo pero no sorprende a nadie.

No hay niño sin sonrisa ni sonrisa sin niño. Ni mendigo sin calle, ni calle sin un mendigo. A todos se les va atrofiando el músculo risorio. El tiempo curte la piel tanto como la inocencia. Los que fueron expulsados de la dura mar a la tierra, ocupan su parcela en la que extender su minusvalía, su vejara o su miseria. Y el aire no deja de morder. Con salitre todo lo pudre bien: los hierros, las madreas, las rocas y los huesos. Engrasa la cara, apelmaza el pelo, las palabras y los sentimientos, enturbia las miradas. Desdibuja el paisaje. Confunde a las personas. Oculta la realidad y la transparencia de las almas
.
Nuestro hombre recuerda aquellos otros días:
Seis horas pasaba como seis minutos. Metido en el camarote era de noche y no lo sabía. La luz de la luna llena entraba por el ojo de buey y atravesaba la trama del trapo que hacía de cortina. Se colaba por las rendijas. Las sombras azuladas se movían con el vaivén de las olas. Poco color. Las cosas tenían poco color, poco calor y todos se habían acostumbrado a su olor.
Se acabó el descanso. ¡A faenar!

En aquella época todavía le dejaban entrar en los bares del pueblo. Era incluso respetado. Solía hablar con cierta grandilocuencia y los parroquianos le escuchaban con atención:
-Somos agua. El ritual del té en la mañana. El caldo de pescado del mediodía. La permanente faena a remojo. Somos agua por dentro y por fuera. Millones de moléculas de agua que quieren expandirse, separadas del cosmos por una fina capa de piel. Cada ola que salpica, sube a bordo, nos baña y vuelve al mar se lleva algo de nosotros con ella.

La vida en la mar era muy intensa. Los días fuera de casa eran muchos. El hábito y la normalidad hicieron que con el paso de los años no se hicieran tan largos. Conoció mujeres, tuvo más hijos de los que supo y aprendió de culturas extrañas. Añoró su cuna, su familia, su cuadrilla…. Pero a medida que la mar se apoderaba de su vida, el desarraigo crecía dentro de él.
A bordo, tenía tiempo para confesar a sus compañeros.

-Muero por dentro en tierra. Algo vital se detiene.

Lo decía porque había comprendido que el universo nos muestra el ritmo que domina todo: la mar, la marea, el horizonte omnipresente que estimula nuestras posibilidades de existir más allá, las fases lunares, el espacio sideral y sus estrellas, la fugaz y leve espuma… Todo está envuelto por el mismo ritmo. Los sonidos, los colores….Incluso la gama cromáticas se reparte ordenadamente, atendiendo a minuciosas configuraciones estacionales, climáticas, horarios o a las leyes de la perspectiva. Siempre es igual, aquí y allá. Todo es cíclico y todo fluye. Todo se mueve y todo se repite. Aprendió a observar y a vivir con y de ese ritmo cósmico.

Mientras, en tierra firme, todo permanece estático, dominado por la cultura de hombres ciegos a las leyes de la naturaleza, que se empeñaron en dominar el mundo a golpes de racionalidad. Creyeron que ignorando el ritmo de las cosas podrían imponer el suyo propio, con relojes, con calendarios, con horarios, con impotente conocimiento científico como única forma de pensamiento válida.

Nuestro hombre, en la mar había recuperado la unidad de los sentidos. Con ella, percibía el ser en la totalidad, superando la formalidad de la analítica y de la construcción de la realidad en base a objetos. Sabía que era más, Era miembro de un ente holístico. Un ser trivial a la merced de las aguas, pero una nota más en el inmenso ritmo de la naturaleza. Cada puesta de sol en el infinito del horizonte le hacía sentirse por un instante eterno.

Varias veces se había enrolado en el mismo mercante. Había pasado demasiadas campañas y suficientes galernas cuando un día llegó a un puerto lejano del sur donde el barco hacía escala. Ya había descubierto que tenía superado el miedo a morir. Todo empezó en una taberna, rodeado de lobos de mar. Se sentó solo en una mesa del rincón más oscuro, tiniebla por el denso humo de las pipas.

Una mujer joven se acercó y pidió permiso para sentarse. “No soy prostituta”, dijo tratando de no molestar. Desde la barra su chulo la vigilaba. Nuestro hombre expuso:
-Hay dos clases de personas:-entonces, hizo una pausa buscando descaradamente la mirada de la mujer a cuál de las dos pertenecía ella- Las que creen que nuestro planeta es un trozo redondo de tierra cubierta en parte de agua y las que saben que nuestro planeta es una esfera de agua con algunas partes de tierra.

La mujer se quedó descolocada por la reflexión. Esperaba la típica conversación sobre el nombre de cada uno, el estado civil y las ganas de irse pronto juntos a la cama. Sintió confusión, atracción y curiosidad. Hablaron un rato y comprendió que le quería conocer de verdad. Su simpatía y falta de barreras en el trato le hacía creer que ya le conociese de antes.

La rutina de alquilar su cuerpo le aletargaba. Solo en momentos como ése, cuando encontraba un personaje diferente al resto de extranjeros borrachos que solían parar por allí, veía un destello, la pequeña luz que dejaba adivinar una vida más allá del tedio carnal.

Después de unas cuantas consumiciones, ambos salieron juntos. La mujer disponía de una habitación en otro edificio de la misma calle. El hombre de la barra salió tras ellos. Luego se quedó en el portal, mientras la improvisada pareja subía las escaleras.

“Pasa y ponte cómodo”. Después de esas palabras tuvo lugar una extraordinaria relación sexual, en la que los dos cuerpos se hicieron una sola carne y un mismo respirar. Nunca ninguno de los dos había sentido nada semejante con otro nadie. Juntos se habían reencontrado a sí mismos. Se habían realizado como seres humanos y el sexo trascendió la carne para alcanzar cotas más elevadas, hasta un nivel de consciencia superior. Al finalizar, él sacó su cartera y ella insistió en que invitabas la casa. Agradecimiento recíproco.

Antes de volver a la calle se despidieron. Le contó que aquella era la casa de su madre, que había muerto de sífilis, y que el hombre que la seguía todo el rato era su hermano. Tenían más hermanas y otro hermano. Todos se dedicaban al oficio familiar.

Cuando la mujer joven salió del portal, nuestro hombre ya caminaba lejos calle abajo. El hermano exigió el dinero. Ella le negó que lo tuviese. El ruido de la pelea que tuvo lugar a continuación hizo detenerse al marino para volver la vista atrás. Volvió apresurado tras sus pasos para defender a la mujer.

Lo último que podía recordar después fue que golpeó con todas sus fuerzas al proxeneta, intentando salvar a aquella pobre chica que le había hecho sentirse tan especial. Le dio un puñetazo que le hizo caer de espaldas, golpeándose fatalmente la cabeza con el bordillo de la acera. Una hemorragia enmarcó en el suelo la silueta de su cuerpo inerte y todavía caliente. De su mano se desprendió un monedero abierto, el mismo con el que reclamaba el dinero a su hermana. Algunas monedas pequeñas salieron desparramadas. Y una foto.

“En la foto la reconocí enseguida. Si, no había duda. Era ella. No era la misma foto que me acompañaba a mi desde hacía dos décadas. Pero era la misma mujer, ¿Cómo podía tenerla este tipo? Era ella, no había duda. La había mirado tantas veces en la soledad del barco, recordando la mejor compañera de cama que en mi vida de marino pude encontrar… hasta ese día. Estaba un poco más mayor, pero sus ojos no habían cambiado. La misma expresión de entrega y dulzura. En el revés de la foto encontré la solución. Escritas con una caligrafía temblorosa, estaban estas palabras: Tu madre que te querrá siempre”.

Nuestro hombre salió corriendo hacia el puerto. Subió a su barco. Y enloqueció para siempre. Dicen que solo repetía una y otra vez:”Lo  último que conoce el pez es el agua; Lo último que conoce el pez es el agua….”.
Un hombre destrozado que fue un día un pescador.

AUTOR DEL RELATO: Pablo Rodríguez Aguirresarobe


1 comentario:

Alfredo dijo...

Me ha gustado mucho el relato. Sin embargo me he quedado con una duda; ¿Es posible que el hombre se acostara con su hija y matara a su hijo? Si es así, ¿que indicios tenía, aparte de la intuición?
Salu2.