Estoy condenado a sentir mi cuerpo frío como la piedra por un acto que cometí sin imaginar sus consecuencias. Y desde entonces reposo aquí, a merced del viento frío que viene del océano, o del sol implacable del mes de agosto. Siento mis músculos paralizados por la rigidez pétrea y gris que ha secado mis ojos y mi corazón no siente más que soledad al contemplar los rostros vivos de los que se acercan y se hacen fotos a mi lado.Mi nombre es Terlo. Y soy, o mejor dicho fui, un humilde pescador de un pequeño pueblo de costa. Mi vida no tenía nada de especial, mi talento como pescador no sobresalía sobre el de los demás, mi corazón no amaba a ninguna joven y hermosa lugareña y nunca deseé coger mi fardo para ascender el camino por la ladera y conocer nuevos lugares. Pescar, sentir la sal en los labios secos, tener siempre listos mis utensilios de pesca y dormir en mi pequeña casa al calor del hogar era toda mi vida. Y era feliz.Un domingo en el que el sol aún no calentaba las rocas lo suficiente como para quemarse los pies andando sobre ellas, dormí hasta tarde para aprovechar el único día libre de la semana que me proporcionaba mi trabajo. Aquel día no bajé al pueblo, pero sí salí a recorrer la línea de la costa que se extendía detrás de mi casa. No recuerdo qué pensamientos ocupaban mi mente mientras recorría los salientes de las rocas y sus cavidades aún llenas de agua tras la subida de la marea que, como cada día, tenía lugar cuando el sol empezaba a ponerse. Lo que sí recuerdo fue cómo vi brillar sus escamas plateadas a través del agua. Era un pez muy hermoso que se había quedado atrapado en el hueco profundo de unas rocas al bajar la marea. Le observé durante un buen rato nadar en su pequeño mar. Sus movimientos eran elegantes y suaves, como si acariciara el agua con su cola para desplazarse. Sus ojos se movían buscando una salida que le permitiera regresar al océano. Pensé que había tenido suerte de haber quedado atrapado en un lugar lo suficientemente grande para continuar vivo a esas horas del día. Probablemente aguantaría incluso hasta la próxima subida de la marea que le liberaría de su prisión. Y también pensé que era un ejemplar formidable para llevar a la mesa aquella noche. Así que desanduve todo el camino que me había llevado hasta allí para coger algo que me permitiera hacerme con lo que iba a ser mi cena.Pescarlo no fue distinto de las otras veces que había pescado con mi arpón. Lo que sí fue distinto fue su mirada al sentirse atravesado por la punta de hierro. Jamás había visto esa mirada en un pez. Había sorpresa. Dolor. Pena por la vida que se le iba. Angustia. Boqueó un par de veces y me pareció oír un débil lamento.No puedo negar que me asusté. Ese insólito quejido del pez pareció desatar la furia del agua. Las olas que golpeaban las rocas se hicieron más fuertes y al retirarse dejaban percibir lamentos que parecían humanos sin serlo. El suelo parecía estremecerse y el nivel del agua comenzó a subir hasta mojar mis pies y conseguir cubrirlos. No me atreví a sacar del agua el arpón que atravesaba al pez. Me quedé paralizado y comencé a sentir un sudor frío que me recorría la espalda cuando fui consciente de que me costaba respirar. El aire ya no era aire y no circulaba por mis pulmones, que sentí ardiendo de dolor cada vez que intentaba aspirar con fuerza. Mis intentos de coger aire se sincronizaron con las bocanadas del pez. Mis manos ya no sentían como antes el mango de madera del arpón. El agua que cubría ya mis rodillas estaba fría y pinchaba como agujas clavándose en mi piel. Los lamentos que traían las olas comenzaron a tener sentido. Entendí la despedida que el pez dedicaba a su vida; a su mundo. Entendí el lamento del océano por perderle. El agua ya alcanzaba mi pecho y yo seguía paralizado sin poder respirar, sintiendo como seres desconocidos se acercaban nadando hasta las rocas donde estaba. El miedo agarrotó aún más mi cuerpo. Cuando el mar alcanzó mi barbilla, leves sacudidas me hicieron escupir sangre oscura que se diluyó en el océano que me tragaba. Vi a Rughen, hermoso primogénito del Señor de las Corrientes del Oeste, convertido en el hermoso pez al que yo había arrebatado la vida. El agua cubrió mis oídos; mis ojos y por unos segundos todo se envolvió en sonidos sordos que aumentaban los latidos débiles de mi corazón. Las imágenes de Rughen desfilaban por mis pupilas como si sus últimos momentos de vida se mezclaran con los míos. Contemplé la frialdad de los ojos de Aluwa, hija del Señor de las Corrientes del Norte, que con el corazón emponzoñado por el amor no correspondido, encargó a las sirenas del Monte de la Orca convertir en un simple pez a su objeto de deseo. Observé cómo un ejército silencioso tomó aquel monte y cómo El Señor de las Corrientes del Oeste arrancaba con sus propias manos las tiras de escamas que cubrían la cola de sirena de Eleda, la responsable del sortilegio que había encerrado a su hijo en el cuerpo de un pez. Le vi colgar las tiras brillantes de escamas en la entrada de la cueva que servía como refugio a las sirenas del Monte de la Orca. Y cuando sentí cómo la vida abandonaba totalmente al hermoso pez, al que quise servir de cena en mi plato, abrí los ojos y contemplé al Señor de las Corrientes del Oeste ante mi, dispuesto a inflingirme más dolor del que había sentido su hijo gracias a mi arpón de pescador. Sus manos se aferraron a mi cuello. El sonido sordo del agua en mis oídos se volvió gutural y un dolor inmenso comenzó a recorrer mi cuerpo. La presión de sus manos en mi garganta no fue comparable a la rigidez arenosa que se iba adueñando de mis miembros. De mi boca intentó salir una súplica, un aullido que dejó en mi mente el sonido de una roca al deshacerse en migajas de arena. Y todo se volvió oscuro.Así fue cómo el Señor de las Corrientes del Oeste vengó la muerte de su hijo, convirtiéndome en una estatua de piedra por lo único que supe hacer en mi vida: pescar.
6 comentarios:
Un bonito relato Tejón. Un poco triste pero con mucha imaginación y sentido.
Los pescadores a caña son solitarios y pacientes. Están en las rocas junto al mar.
La escultura es enorme y está en un mirador de carretera, eso sí cerca de la costa.
Un abrazo.
Tejón, es un relato precioso, la narrativa engancha de principio a fin. Gracias por compartirlo.
Un abrazo.
Hay en Asturias el mayor bosque de Tejos de Europa....
¿No tienes un emilio?para mandarte una cosa que te gustara
Gracias por este relato, y gracias por lo que he estado leyendo, porque siento que quienes seguimos aquí no deseamos que el recuerdo de quienes vivieron por y para la mar y ya no están con nosotros, queremos que no mueran en nuestra memoria y nuestro corazón.
Un saludo
Isleña
http://historiadeunbuzo.blogspot.com/
esta asturiana siempre dice que las dos profesiones mas sacrificadas son la de los pescadores y los mineros, te doy un montón de gracias por dedicarles tan bellisimo texto y te manda un besin muy grande.
Menudo escritor estas hecho. Imaginación no te falta.
Un saludo
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